Evitar los problemas o las situaciones que nos generan malestar es una solución que las personas ponemos en práctica muy a menudo. Evitar la conversación pendiente que nos da pereza afrontar, dar largas en el grupo de Whatsapp a quienes insisten en hacer una cena de exalumnos, o aplazar indefinidamente la limpieza en profundidad del grasiento horno, son recursos que nos producen un alivio momentáneo pero que no solucionan realmente estas situaciones. Cuando hablamos de problemas relacionados con ansiedad, fobias, obsesiones y depresión, la evitación no solo impide la solución a estos problemas, sino que agrava su sintomatología y puede llegar a perpetuarlos.

Evitación. La eterna batalla perdida

Imaginemos el caso de una persona que sufre un primer episodio de ansiedad durante una visita a unos grandes almacenes. Sin entrar a valorar el porqué o el origen de su ansiedad, podemos intuir que a partir de esa experiencia existe una gran probabilidad de que la persona opte por evitar volver a ese sitio e incluso a otros espacios parecidos. Si esto sucede, la evitación estará complicando un problema que en un principio se reducía a un episodio aislado de ansiedad. La evitación aportará a la persona una sensación de alivio y de seguridad, a la vez que le confirmará la peligrosidad de la situación evitada. A partir de ese momento, fácilmente se producirán posteriores evitaciones. Cada vez se evitarán más situaciones relacionadas con grandes espacios y cada vez se tolerará menos las sensaciones provocadas por la ansiedad; probablemente la persona acabe siendo diagnosticada con agorafobia.

 

Otro problema que implica la evitación es que no permite a la persona comprobar qué pasaría si afrontara la situación temida. La persona creerá cada vez más en las hipotéticas y catastróficas situaciones que anticipa en su mente, ya que la evitación no le permitirá comprobar si sus expectativas son realistas; la seguridad que le aporta evitar ir a los grandes almacenes le confirmará que estos son un sitio peligroso y disminuirá su confianza para afrontar la situación temida.

Otra forma de evitación puede resultar del hecho de pedir ayuda a familiares o amigos. La ayuda recibida en forma de atención y cuidados, o el hecho de necesitar siempre un acompañante para poder afrontar las situaciones temidas, confirmará a la persona la gravedad de su problema, favoreciendo una profecía autocumplida.

En el caso de la depresión, aunque se trata de un trastorno diferente a la ansiedad, la evitación funciona de una manera muy parecida. Muchos de los síntomas que muestran las personas deprimidas, como la inactividad o el aislamiento, son formas de evitación que favorecen el aumento de los síntomas depresivos, formando un círculo vicioso; la persona reduce sus actividades porque se siente triste, de manera que empeora su estado de ánimo. Además, la tristeza de las personas deprimidas puede provocar un aumento de la atención y el cuidado por parte de familiares y amigos, favoreciendo sus conductas de evitación. De hecho, según algunos autores (Pérez Álvarez, 2007), la depresión consiste en sí misma en una forma de evitación.

Llevo conmigo las heridas de todas las batallas que he evitado”, decía el poeta portugués Fernando Pessoa. En efecto, la reducción del malestar que se obtiene a través de la evitación tiene como consecuencia la confirmación de nuestra incapacidad de afrontar el problema y acarrea la posibilidad de su perpetuación. Es, por lo tanto, necesario afrontar las situaciones que nos provocan miedo para poder poner a prueba la realidad y adquirir nuevos aprendizajes. Dicho de otra manera, la clave para afrontar los miedos es “evitar evitar”.