El ser humano vive convencido y orgulloso de su capacidad de controlar sus respuestas y decisiones mediante el pensamiento racional. Pero el pensamiento racional trae consigo la inevitable aparición de la duda. La necesidad de certeza y la incomodidad que nos provoca la duda nos empuja, en ocasiones, a crear autoengaños. Tal y como decía Nietzsche en La Gaya Ciencia (1882) “Los hombres ante la incertidumbre dan a menudo por verdadera una realidad que saben falsa, luego, actuando en virtud de esta, se convencen de su efectiva veracidad”. Es decir, que ante el malestar que nos provoca la duda preferimos crear una realidad alternativa con la que sentirnos mejor, de tal manera que acabamos por asumirla como cierta. ¿Pero que estrategias usamos para escapar de la duda y refugiarnos en nuestros propios autoengaños?

Huir de la duda para caer en el autoengaño

Una de esas estrategias es el sesgo de confirmación, que consiste en la tendencia inconsciente a seleccionar y dar más credibilidad a aquellas informaciones y datos que confirman nuestras creencias o a las decisiones que hayamos tomado. Sería el caso de la elección de un determinado medio de comunicación a la hora de informarnos sobre la actualidad política, por ejemplo. Probablemente estaremos eligiendo aquel que es más afín a nuestro posicionamiento político, y a la vez estaremos descartando aquellos otros que difieran de él. De la misma manera, asumiremos sin ningún cuestionamiento aquella información que concuerda con nuestras creencias, mientras que los datos que no sean compatibles con las mismas nos harán fruncir el ceño y serán objeto de análisis o crítica con tal de poder mantener intactas nuestras creencias. Como vemos, el sesgo de confirmación nos protege contra la duda.

El fenómeno del sesgo de confirmación está muy relacionado con el concepto de disonancia cognitiva, propuesto por el psicólogo Leon Festinger (1953). La disonancia cognitiva se refiere al malestar que sentimos cuando asumimos una idea que entra en conflicto con nuestras creencias (como en el anterior ejemplo) o cuando, ante una elección, surge la duda respecto a aquello que hemos descartado. Ese malestar, que sería la expresión emotiva e incluso física de la duda, genera la necesidad de ser reducido o eliminado como sea.

Pongamos por ejemplo que decidimos dejar a nuestra pareja en un momento en que la relación está pasando por una crisis. Imaginemos que después de tomar la decisión aparecen la duda y la ambivalencia: “he tomado la decisión de dejar esta relación pero quizás se podía arreglar; ansío ser una persona libre y soltera pero a pesar de todo sé que esta persona vale mucho la pena…” Es entonces cuando se hace necesario construir un autoengaño para eliminar o reducir el malestar que produce la disonancia cognitiva. El autoengaño se podría sostener con argumentos como “aquello no era vida” o “la culpa de que la relación se deteriorase no fue precisamente mía”, o “me merezco algo mejor”. El autoengaño quedará culminado cuando reafirmemos nuestra decisión y los argumentos que la sostienen ignorando todo aquello que los contradiga o cuestione, y aceptando incondicionalmente aquello que los confirme, es decir, aplicando el sesgo de confirmación.

Por último, disponemos también de la estrategia de convencer a los demás para convencernos a nosotros mismos, es decir, ampliar nuestro autoengaño al contexto interaccional para que tenga más poder. Si conseguimos convencer a un amigo de que hemos hecho bien dejando a nuestra pareja mediante la exposición de aquellos argumentos que hemos seleccionado a través del sesgo de confirmación y que facilitan la reducción de nuestra disonancia cognitiva, todavía tendremos más motivos para aferrarnos a nuestro autoengaño.

Parece que, a pesar de disponer de un pensamiento lógico y racional, los seres humanos somos víctimas de la paradoja que supone caer en la trampa de un engaño autoimpuesto como única solución a la ineludible necesidad de querer tener certeza en todo momento.

 

Si te interesa saber más sobre este tema, te recomiendo la lectura de “Pienso, luego sufro” de Giorgio Nardone.