Desde su estreno en 1988 hasta hoy, la canción Don’t worry, be happy de Bobby Mcferrin ha estado sonando en las emisoras de todo el mundo transmitiendo un mensaje que invita a ser feliz a pesar de las dificultades y problemas a que nos enfrenta la vida. De hecho es un mensaje que impregna nuestra sociedad y que parece estar cada vez más presente. En las conversaciones con nuestros familiares y amigos, en los medios de comunicación, en las redes sociales y en los libros de autoayuda, se repite este tipo de mensajes como un mantra que inunda y satura nuestras mentes. Proliferan los gurús del positivismo que nos ofrecen las claves para ser felices, y nos asedia el discurso que reza que todo se soluciona con buenas dosis de optimismo. En fin, Hakuna Matata. Pero, ¿realmente tienen estos mensajes el poder de producir un cambio en su receptor?

La paradoja de Bobby Mcferrin

Podemos analizar el hecho comunicativo que plantea la canción de Bobby Mcferrin, y otros mensajes parecidos, siguiendo el planteamiento de Watzlawick,Beavin y Jackson (1981), el cual considera que toda comunicación tiene un nivel de contenido (el significado de las palabras), y un nivel de relación, que determina de qué manera se debe interpretar el mensaje en función de la relación entre receptor y emisor. De esta manera, en el nivel del contenido, el mensaje expresa que existe una manera de superar las dificultades basada en proponerse ser feliz o dejar de preocuparse. Por otro lado, en el nivel de la relación, vemos cómo existe una preocupación hacia la persona aquejada. La persona que emite el mensaje demuestra con su comunicación que desea que el receptor del mensaje mejore su estado de ánimo. De esta manera el mensaje es, generalmente, bien recibido y el receptor se esfuerza en ponerlo en práctica.

El problema está en que no solo bastan las buenas intenciones para producir un cambio en los demás. Es en este tipo de situaciones en las que se produce una paradoja cuando se le pide a una persona que mejore su estado de ánimo, lo cual es algo que solo puede suceder de manera espontánea. La persona que se siente abatida o deprimida recibe un bienintencionado mensaje que la invita a sentirse bien pero los esfuerzos por intentar sentirse bien, en un momento en que probablemente hay motivos para sentirse mal, no hacen más que empeorar la situación. De pronto hay que lidiar con las dificultades de la situación, con el esfuerzo de intentar estar bien y con la frustración de ver como las cosas no mejoran. El problema se incrementa con los intentos de mejorarlo.

Es importante no perder de vista que los mensajes de ánimo son una manera que utilizamos las personas de cuidar las relaciones y, por lo tanto, deben ser valorados en este sentido, pero no tomados al pie de la letra. Las dificultades que afrontamos nos hacen sentir mal y nos generan preocupaciones, de la misma manera que otros hechos despiertan nuestra alegría y entusiasmo. Obligarnos a sentirnos bien cuando hay motivos para sentirnos mal no es una buena estrategia, por mucho que nuestra sociedad nos imponga un ideal de felicidad utópica. Ante las dificultades y los problemas, es preferible centrarse en afrontarlos a pesar del malestar y no malgastar esfuerzos en tratar de sentirse bien.

Fuentes:

Watzlawick,P.,Beavin y Jackson,D.D. (1981).Teoría de la comunicación humana.Barcelona:Herder.